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En ese corto espacio de tiempo, también aparecieron una serie de estigmas en el epicentro de comunidades hispanas, que asocian particularmente a estos “recién llegados” con etiquetas muy negativas. Hoy para esta comunidad, ya no es solo un desafío integrarse a una ciudad complicada, costosa y multicultural, sino también a expresiones de rechazo muy difíciles de ocultar.
Toda esta tendencia ha sido atizada por una secuencia de hechos criminales que saltaron a los titulares nacionales durante las últimas semanas.
“Desgraciadamente para una gran mayoría que ha venido a trabajar, a pagar impuestos y aportar con su gran talento, la terrible conducta criminal y el comportamiento de un grupo, ha creado narrativas que nos colocan a todos injustamente en un mismo lugar. Reconocemos que hay connacionales que han tenido comportamientos terribles aquí y en otros países“, describe Pedro de Llano, un profesor universitario y creador de contenidos en plataformas digitales.
Este venezolano, con 25 años en la ciudad de Nueva York, dirige la mirada hacia las manifestaciones de odio que son muy palpables en las redes sociales y en comentarios despectivos que son fáciles de escuchar en muchos espacios, especialmente en donde coexisten otros migrantes latinoamericanos.
“Creo que a los venezolanos de bien, nos toca mucho trabajo por hacer, para vencer una estigmatización que está impulsada por actitudes y acciones totalmente deplorables de gente de nuestro país. Lo justo sería definir a los seres humanos, por sus particularidades, no por su nacionalidad“, agregó.
Entre pánico y vergüenza
Para los venezolanos, con un largo camino recorrido en esta ciudad, las etiquetas negativas, podrían llegar a ser solo una anécdota incómoda. En cambio, para miles de recién llegados, es simplemente un gran muro, cada vez más difícil de escalar.
En esta orilla, se encuentra la migrante venezolana Vanesa Delgado, quien llegó con su hijo hace seis meses y tiene la misma percepción de rechazo por su origen: “nunca he podido trabajar. Cuando saben que eres venezolano y vives en un refugio, inventan excusas para no darte una oportunidad. E incluso conozco a muchos que ni siquiera le quieren rentar un cuarto. Justamente yo vengo huyendo de la xenofobia de Perú”.
Otros como la contadora pública caraqueña, Mildred Sánchez, de 38 años, quien emigró en 2017 y todavía espera por su entrevista sobre su solicitud de asilo, expone que siente “pánico y vergüenza” por estas noticias sobre sus compatriotas. Lo peor, es que tiene la certeza que esos “escándalos”, podría afectar alivios migratorios que han venido peleándose por años, no solo para los venezolanos, sino para todos los migrantes: “esto no afecta solo a nuestra bandera, sino a la comunidad hispana como un todo”.
“Todo el peso de la ley”
Ante esta compleja circunstancia, Venezuelans and Inmigrants Aid (VIA) una organización de voluntariado fundada por migrantes venezolanos, la cual por siete años ha atendido a personas desplazadas de ese país, emitió un comunicado concluyendo que “son muchos más los ejemplos y las historias de aquellas personas que con su talento y conocimiento han aportado a esta gran ciudad en ciencia, tecnología, deporte, música y artes culinarias”.
Eso sí, VIA dejó claro que la mayoría de los ciudadanos venezolanos “de bien” exigen “todo el peso de la ley” a quienes incurren en acciones criminales.
“Hay toda una generación que creció bajo la influencia de un régimen criminal en Venezuela, en donde las instituciones están en manos de mafias. No nos extrañaría que el régimen de Nicolás Maduro esté inyectando células criminales para desestabilizar países, en donde una mayoría honesta está buscando protección”, opinó Niurka Meléndez, directora de VIA.
Meléndez destaca que no hay que perder de vista que detrás de la historia de cada venezolano que ha llegado por la frontera, también hay casi siempre una historia de tráfico humano. Y que para muchas organizaciones criminales la migración de este tipo, es un negocio multimillonario.
Detonantes al debate migratorio
Derivado de una recopilación de casos reseñados periodísticamente, en los últimos seis meses, 82 migrantes identificados como venezolanos que fueron recibidos en el sistema de albergues de NYC, han tenido interacciones con la policía y la justicia. En una gran proporción, por actuaciones delictivas como agresión a policías, hurtos en tiendas, asaltos y un intento de asesinato. Pero el número que ha incurrido con reincidencia en delitos menores, como robo de tiendas o atracos, sería muy difícil de determinarlo.
Si se trata de buscar alguna definición estadística informal, esto no significa ni siquiera el 0.01% de la oleada migratoria de ese país latinoamericano, entre mayo de 2022 y diciembre de 2023.
Como coinciden varios líderes de organizaciones, como Jesús Aguais, director de la organización Aid for Aids, “algunos hechos aislados” pusieron dinamita a la discusión sobre la migración, en plena disputa por las primarias demócratas y republicanas hacia las presidenciales de noviembre 2024.
“Con la influencia de las redes sociales y la necesidad de este momento político de movilizar emociones de miedo y de rabia, han tomado relieve algunos hechos que han sido terribles y merecen ser severamente castigados. Pero también es muy importante, poner en una balanza, que no son representativos para definir a todo un país”, opinó.
El activista no duda que está percepción se irá diluyendo en el tiempo. Y aduce que históricamente en oleadas migratorias tan masivas, es común, que también se mezclen delincuentes.
“La gran diferencia es que esta es la primera crisis migratoria que enfrenta Nueva York con la viralidad de las redes sociales y su capacidad para polarizar. Estamos seguros que quienes lo están haciendo mal, no conseguirán aquí un sistema de complicidad. Tarde o temprano se enfrentarán a la justicia. Y eso ya se está demostrando“, remató Aguais.
En los titulares…
Desde el 27 de enero, cuando un supuesto grupo de venezolanos entre 18 y 24 años patearon salvajemente a dos oficiales del Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York (NYPD), no ha tenido pausa en los titulares de los tabloides neoyorquinos y en los noticieros en inglés y en español, la descripción de actividades delictivas que tienen como protagonistas a jóvenes y adolescentes de esta nación.
Todo llegó al límite de la efervescencia, cuando un adolescente de 15 años, disparó a la pierna a una turista brasileña e intentó herir a policías cuando los descubrieron robando en una tienda deportiva en Times Square.
Antes, la Uniformada en esa misma semana, confirmó el desmantelamiento de una banda sofisticada de motorizados liderada por un venezolano residenciado en El Bronx, dedicada a robar teléfonos celulares a transeúntes.
En este sentido, el comisionado de NYPD, Edward Cabán sostuvo que “de ningún modo” estos crímenes representan el perfil de una conducta criminal, que describa a los migrantes alojados en los albergues.
Luego, el nombre de otro venezolano, saltó a las cabeceras de los medios del país en febrero por estar acusado como el único sospechoso del asesinato de una joven estudiante en Georgia, con el precedente que había vivido en Nueva York casi por un año. Y ya había tenido problemas con la policía.
Una ola que llegó a la Gran Manzana
Hasta el año 2020, de acuerdo con los reportes censales, la comunidad de venezolanos en la ciudad de Nueva York no pasaba de 15,000 personas.
De acuerdo con los balances, en ese momento, más del 70% de este grupo de migrantes tenía un título universitario, significando el grupo hispano con más grados académicos en la Gran Manzana.
Luego de la pandemia, específicamente desde la primavera de 2022, esa cifra se expandió vertiginosamente en cuestión de meses: extraoficialmente, más de 150,000 venezolanos se encuentran actualmente en la ciudad.
De los 65,000 migrantes que están actualmente bajo el cuidado del sistema de refugios municipales, más del 50% provienen de esta nación suramericana.
De la oleada de familias y personas solteras que arribaron en autobuses, procedentes de Texas, luego de haber cruzado la frontera sur de México, entre el 60-70% vinieron del país petrolero. En una importante proporción muchos son ‘reinmigrantes’, que ya habían vivido en países como Perú, Colombia, Ecuador y Chile.
“Se colaron malas conductas”
Como era casi predecible, un flujo migratorio tan repentino, masivo y con escasos controles en la frontera, combinado con las terribles condiciones de un país con una crisis humanitaria que ha expulsado a más de 8 millones de sus ciudadanos, no todos llegaron equipados con la cultura del trabajo, como componente para alcanzar el “sueño americano”.
“Se corrió el rumor en redes sociales, especialmente en Colombia, que en Estados Unidos estaba la frontera abierta y los venezolanos tenían preferencia. Además, se viralizó que estaban dando casa y comida. Y eso lo aprovecharon también muchos malas conductas y malandros que no tenían nada que perder. O venían huyendo de ‘culebras’, (problemas con otros delincuentes) para lanzarse a esta aventura”, compartió Jerónimo Segovia, de 55 años, un migrante de Caracas, con un año en la Gran Manzana.
En los últimos ocho años, en Colombia se han agudizado fuertes debates sobre la presencia de peligrosas organizaciones criminales que huyeron de Venezuela, por disputas con efectivos militares y policiales, con los cuales compartían el control de rutas del narcotráfico, la extorsión y otras actividades delictivas.
Lo mismo sucedió en Perú y con más fuerza en Ecuador, en donde la opinión pública le atribuye a la migración venezolana la proliferación de ciertos delitos y la violencia.
Jerónimo quien antes vivió en Colombia, asegura a El Diario desde las “entrañas del monstruo” del sistema de refugios municipales de Nueva York, que aunque la aplastante mayoría de sus connacionales llegaron con “falsa información” de lo que es en realidad Estados Unidos, casi todos hablan en esos espacios que quieren solo una oportunidad de trabajo.
El migrante suramericano dice que le preocupa que se “coló un grupito que desde que nació solo conoció el “malandreo y la matraca” (la delincuencia y la extorsión) como forma de sobrevivencia en un país, destruido desde hace 25 años por una “revolución socialista”.
Las otras etiquetas
Más allá de los hechos delictivos puntuales recientes, ya esta oleada migratoria había estado en el centro de otro debate: la inconformidad de los residentes neoyorquinos sobre el costo financiero y social de la norma municipal que da derecho al albergue a cualquiera que lo solicite, un controversial agujero legal que obligó a la Ciudad a invertir millones de dólares para cubrir costos de alojamiento, comida, servicios médicos, legales y educativos.
“Además que lo recibieron con una alfombra roja, les dan papeles, la Ciudad les paga abogados, viven en refugios, no pagan impuestos, les cubren todas las comidas, además de eso salen a robar. Ya hicieron lo mismo con mi país, ahora van a destruir también a Nueva York”, esta frase lapidaria, es en resumen el sentimiento de Luisa Viloria, que se multiplica incesantemente y sin disimulo por las calles de vecindarios de mayoría hispana como Jackson Heights. Y en cualquier foro abierto de comentarios en las redes sociales.
Aunque en los refugios municipales de emergencia se han albergado a miles de personas de Ecuador, Colombia, Perú, varios países caribeños y centroamericanos, además de migrantes del oeste de Africa, la mayor proporción ha sido de familias y hombres solteros venezolanos.
El dato:
1.000% ha sido el aumento de la población venezolana en Nueva York entre mayo de 2022 y diciembre de 2023.