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4 de marzo de 2025El pasado lunes 24 de febrero, Marilú Montalvo, una madre originaria de la Ciudad de México, cruzó la frontera hacia Estados Unidos después de 14 años de separación forzada de sus hijos.
La mujer de 40 años, quien fue deportada en 2010, enfrentó una larga y angustiosa espera en Tijuana antes de poder reencontrarse con su familia en el puerto internacional de San Ysidro.
El reencuentro marcó el fin de una dolorosa espera que comenzó tras su deportación, ocurrida bajo circunstancias que Marilú describe como profundamente injustas. Su historia refleja las complejas y dolorosas realidades de la migración y las políticas migratorias de Estados Unidos, que han separado a miles de familias a lo largo de los años.
Deportación tras una denuncia por parte de su esposo
La pesadilla de Marilú comenzó el 7 de octubre de 2010, el mismo día del cumpleaños de una de sus hijas. Planeaba celebrar la ocasión llevando un pastel al preescolar, pero su vida dio un giro drástico cuando agentes migratorios vestidos de civil llegaron a su domicilio y la detuvieron.
Según relató Montalvo, su exmarido y la mujer con la que él mantenía una relación extramarital la denunciaron ante las autoridades migratorias. En cuestión de horas, fue informada de su deportación inminente y de que debía avisar al padre de sus hijos para que los recogiera
“Me quitaron a mi bebé, que entonces tenía 2 años. Le entregaron los niños a él y me deportaron. Es morir en vida”, afirmó Montalvo al recordar el desgarrador momento en que fue separada de sus hijos.
Desde su deportación, Marilú solo pudo ver a sus hijos en 2 ocasiones, siempre en secreto. La primera fue 3 años después de ser expulsada del país, cuando su hijo tenía 5 años y su hija 9. La segunda se produjo cuando los niños ya eran adolescentes, con 13 y 17 años respectivamente.
Ahora, su hijo tiene 16 años y su hija está por cumplir 19. Durante esos años de separación, Marilú vivió en un estado constante de sufrimiento, describiendo la experiencia como “estar muerta en vida”. El miedo, la incertidumbre y la impotencia la acompañaron a lo largo de los años.

“No disfrutas nada, no eres feliz. En cada momento de tu vida tienes mucho miedo de no darle la protección, el amor y el cuidado a tus hijos. Es muy doloroso porque tienes que ser fuerte, no hay otra opción”, confesó.
Desde el momento de su deportación, Marilú buscó incansablemente una manera legal de regresar a EE.UU. Inicialmente, intentó obtener una visa bajo la Ley de Violencia contra la Mujer (VAWA, por sus siglas en inglés), una normativa que permite a las víctimas de violencia doméstica solicitar la residencia permanente en EE.UU.
Sin embargo, su solicitud fue rechazada debido a que en el pasado cruzó la frontera utilizando documentos que no le pertenecían. Este obstáculo complicó aún más su posibilidad de regresar y prolongó su separación de sus hijos.
El apoyo de la comunidad migrante
En su búsqueda de ayuda, Marilú encontró apoyo en Dreamers Moms, una organización con sede en Tijuana que asiste a madres deportadas. Yolanda Varona, activista y coordinadora del colectivo, la conectó con un abogado que tomó su caso y trabajó arduamente para lograr su reencuentro con sus hijos.
Gracias a este esfuerzo, Marilú pudo finalmente cruzar la frontera legalmente y reunirse con su familia. “No quité nunca el dedo del renglón; una mamá siempre va a luchar contra viento y marea, contra todo”, afirmó con determinación.
El desafío de reconstruir lazos familiares
Aunque el reencuentro representa una victoria significativa, Marilú es consciente de que el proceso de reconstrucción familiar no será fácil. Sus hijos crecieron sin ella y enfrentaron momentos cruciales de sus vidas sin su presencia.
“Viene una etapa muy difícil. Eran muy pequeños cuando todo sucedió. Sé que me quieren ver, hablo con ellos, pero sí los he visto confundidos”, expresó.
Marilú también tiene 3 hijas mayores de una relación anterior, quienes son ciudadanas estadounidenses y pudieron visitarla en Tijuana durante su deportación. Sin embargo, recuperar el vínculo con sus hijos menores, quienes eran apenas unos niños cuando fue deportada, será un desafío emocional importante.
“Me perdí prácticamente su vida y no va a ser fácil”, reconoció.
La historia de Montalvo es solo una de miles que reflejan la crisis humanitaria y las consecuencias de las políticas migratorias que separan familias. El reencuentro con sus hijos es un logro que resalta la importancia de la perseverancia y el apoyo comunitario, pero también deja en evidencia las profundas cicatrices emocionales que quedan tras la separación forzada.
Su caso es un llamado a la reflexión sobre la necesidad de reformas migratorias que permitan a las familias mantenerse unidas y eviten el sufrimiento de miles de personas que, como Marilú, han sido arrancadas de sus seres queridos sin previo aviso.
Para Marilú, el camino hacia la reconciliación con sus hijos apenas comienza, pero su historia es un testimonio de lucha, amor inquebrantable y la esperanza de reconstruir lo que el tiempo y las circunstancias les arrebataron.